Han sido los ciudadanos, por tradición, el foco de atención del control informativo en el siglo XX. Por lo que parece, en pleno siglo XXI, son ahora los gobiernos los que, por "traición", se sitúan en el punto de mira de su propio Gran Hermano. Resulta curioso que ellos pudieran saber quienes somos, qué decimos, qué hacemos, qué compramos, adónde vamos, con quién vivimos... lo saben todo sobre nosotros porque el poder demanda control mientras enarbola la bandera de la "seguridad". Ahora son ellos los que están en el ojo del huracán con el turbio asunto del Cablegate. Los gobiernos enmudecen ante la inminente verdad. Dice el refrán "el que calla otorga".
Quién presupone que la seguridad debe supeditar a la libertad, no merece ninguna de las dos. Sobretodo, cuando se confunde activismo con terrorismo, libertad de expresión con libertad de presión, y transparencia con ocultismo informativo. Vivimos en un mundo cambiante donde la masa se movilizaba cuando el régimen era dictatorial y no tenían muchos canales de información, y ahora, que vivimos en plena democracia con inmensas posibilidades de acceder a la información, es cuando la gente vive más aletargada y aborregada.
Las filtraciones son equiparadas a las traiciones, la verdad se llama terrorismo informativo, los trapicheos de los gobiernos son secretos de Estado y al espionaje del ciudadano se le llama seguridad nacional. A la demagogia se le dice democracia, la economía mundial se deja en manos de los bancos privados y el capitalismo se ha convertido en un canibalismo económico. Internet es una cantera de disidentes terroristas, el ciudadano debe ser leal, ignorante y pasivo. Un bosque equivale al valor de su madera en dólares o euros. La biodiversidad no es rentable. El Medioambiente será el nombre del gran polígono industrial en el que estamos convirtiendo el planeta Tierra y la atmósfera es un pozo sin fondo donde echar nuestros desperdicios.
Perdonen mi sarcasmo pero como dijo Galeano, el mundo está patas arriba, el mundo tal cual es, mundo al revés.
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